La Masacre que nos dio la Independencia
Hace unos días asistí a dos conferencias sobre nuestra Independencia:
la primera, dictada por Álvaro Sarmiento en La Casa del Libro Total, explicó
que la Batalla del Pienta fue una batalla de posiciones, con el uso de un
caballo de frisa, esto es, de un molinete de lanzas que impidieron por varias
horas el cruce de las tropas realistas sobre el puente de Charalá; la otra fue
un conversatorio con Armando Martínez en la Academia de Historia. Martínez
dijo, entre otras cosas, que la Batalla del Pienta era un hecho sin
trascendencia para nuestra independencia, afín, si acaso, a la masacre de
Bojayá. Ya Sarmiento había, hacia el final de su conferencia, presentado una
grabación en donde otro historiador argumentaba la misma comparación durante la
reciente celebración de la independencia en el Socorro.
La evidencia sobre la batalla del Pienta no se reduce, como lo
demuestra Sarmiento[1], al
testimonio del párroco de Charalá, quien denunció con comprensible enojo al
coronel criollo Antonio Morales, quien dio orden de que nadie saliera del
pueblo un día antes de la batalla. La estrategia de Morales, tal y como lo
expresó en el Consejo de Guerra que se le llevó a cabo en Noviembre de 1819,
fue la de “reunir las guerrillas, y llamar la atención a [el realista] González,
molestarlo por la espalda caso de marchar a reunirse con Barreyro”. Recordemos
que Barreiro se hallaba debilitado tras la Batalla del Pantano de Vargas.
Morales, si acaso, puede ser acusado de haber entregado a los realistas bajo el
mando del Capitán Lucas Caballero -tropas compuestas en su mayoría de
pastusos-, las doncellas y tesoros de Charalá, con el fin de demorar su marcha
hacia Boyacá. No debemos olvidar que Charalá era, a los ojos de los realistas,
el foco de la independencia desde la Revolución de los Comuneros, y el actual
centro operativo de la guerrilla de Coromoro bajo órdenes del hermano de
Antonia Santos, quien había sido recientemente fusilada por comunicar
inteligencia desde el Socorro. La Batalla del Pienta duró, según diversas
fuentes, unas cinco o seis horas; en tanto que las violaciones y la masacre
subsiguiente, así como el saqueo de Charalá, se prolongaron por casi tres días.
Fue marchando hacia Boyacá que Lucas Caballero y sus tropas se enteraron de la
derrota de Barreiro en la Batalla de Boyacá; de inmediato se desbandaron
temerosos de la represalia popular.
Y es en este punto en donde la Masacre de Charalá y la Masacre de
Bojayá presentan semejanzas: ambas fueron atropellos contra una sociedad civil
indefensa; ambas despertaron la ira del pueblo; ambas suscitaron retaliaciones.
En el mes de octubre de 1819 Barreiro y sus comandantes fueron conducidos a la
Plaza de Bolívar, en donde por órdenes del General Santander, fueron fusilados
o ahorcados. El cronista Cordobés Moure explica que dicha crueldad calmó la
indignación nacional por el asesinato de tantos criollos.
Podemos, ciertamente, diferenciar la Batalla del Pienta de la Masacre
de Charalá, y creo que la masacre jugó un rol tan importante en nuestra
independencia como la batalla de Boyacá; el régimen Nazi no hubiera sido tan
definitivamente derrotado ante el mundo sin las masacres de los campos de
concentración de Auschwitz y Treblinka, y las disidencias FARC no tendrían
tantos enemigos dentro y fuera de la nación sin la masacre de Bojayá. Sin la
masacre de Charalá -y juzgo por el fervor del que aún gozaba España en Santa Fé
a la llegada de Bolívar- los realistas criollos no habrían abandonado tan
rápidamente su lealtad al Rey de España. Gramsci prescribió que el poder se
debe mantener no mediante la represión, sino mediante la hegemonía de
pensamiento, esto es, mediante una prensa y una opinión pública que piense
igual y no acepte disensión. Dicha empresa no se logra adoctrinando a los niños
en las escuelas, depurando docentes y sobornando periodistas, como Cuba y
Venezuela lo han demostrado; la hegemonía ocurre cuando el temor o la
indignación cohesiona a toda una nación ante atrocidades innegables.
En Charalá, el 4 de agosto de 1819 se perdió una batalla de posiciones,
pero se ganó la guerra mediante la masacre de sus ciudadanos más indefensos.
[1] Baste citar el testimonio del Virrey Sámano:
“he prevenido al Gobernador de aquella provincia don Lucas González, que con
toda la fuerza disponible que tenga acabe de ahuyentar las partidas de ladrones
y se corra sobre el páramo de Cerinza, amagando caer a la retaguardia de los
rebeldes y haciéndolo si se le presenta
ocasión para ello…”
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